¡Miren! ¡Arriba en el cielo! Las estrellas, todo el firmamento se posa inerte ante tanta belleza, los océanos se quedan en calma solo para oír un suspiro de esa mujer, los búhos asoman los enormes ojos en el día tratando de descubrir tan radiante belleza, y yo aquí...
-Que idiota debe sentirse ese tipo hablandole a un muñeco.
-No seas tonta, el muñeco representa a la mujer que tanto ama.
-Na, si la amaba tanto por que la dejó caer. La hubiera salvado.
-Es que él está confundido. Se volvió loco de amor.
¡No! Quédate conmigo Leonor. Cayó desplomado en llantos sobre el escenario mientras el telón se cerraba.
-¡Bravo! -gritó mientras aplaudía- Ana levantate y aplaudí.
-¿Tomamos algo antes de ir a casa?
-Bueno pero primero necesito ir al baño. Ahora vuelvo, esperame en la entrada.
-Dale.
Apoyada en uno de los carteles publicitarios a la salida del teatro Ana tenía la mirada perdida.
“Se está demorando mucho”
La noche estaba fría, todos tenían abrigos gruesos y usaban guantes.
“Debería ir a ver que le pasa”
-No, la última vez se enojó -murmuró en cuclillas mirando al piso.
-Disculpe -dijo la voz de una mujer mayor.
Miró hacia arriba y la mujer siguió -¿Se siente bien?
La observó fijamente un segundo y respondió:
-Si. Es el frío. -Con una mueca de sonrisa al final.
La mujer se fue y la respiración comenzó a acelerar, una opresión en el pecho le daba una sensación de ahogo. Se levantó de golpe y dió la vuelta en dirección a la entrada cuando chocó con Marcos.
-¡Hey!
La miró aún agitada, seria y con la mirada perdida.
-¿Estas bien Ana?
-¿Por qué tardaste tanto?
Marcos la miró confundido.
-Fueron 5 minutos. ¿Que te pasa?
La gente salía de teatro en cámara lenta, no podía ver sus rostros. Solo vió el de una mujer rubia con un collar de oro que pasó a su lado mirandola...
-¡Ana!
El grito de Marcos direccionó la mirada hacia él nuevamente.
-Perdón, ¿vamos?
-¿Segura estas bien? ¿Querés que nos sentemos un momento?
-No Marcos. Vamos a tomar algo.
-Ahí viene un taxi.
-¿A dónde vamos? -preguntó el conductor.
-Al bar Black. -Respondió Marcos, luego acercó despacio su mano para tomar la de ella.
Ana, ya con el aliento tranquilo volvió suavemente la mirada hacia él. Que le sonreía.
Al llegar al bar, la música era de los 80’ y en la entrada un cartel con luces de neón anunciaba el nombre del bar titilando.
-¿Buscamos una mesa?
-¿Que? -respondió Ana aturdida por la música.
Él le tomó la mano y la llevó hacia una mesa cerca de la barra.
-¿Que querés tomar?
-Un café.
-¿Eh? ¿cómo un café?
-Si, quiero un café.
-Pero estamos en un bar jaja -carcajeó Marcos- Bueno, esperame que voy a ver si consigo.
Billie Jean comenzaba a sonar de fondo, y alrededor todos tenían una copa en la mano, ella los miraba sin prestar atención. De pronto Marcos apareció con un vaso de vidrio en una mano y otro descartable en la otra.
Ana sonrió cuando detrás de él notó una mujer rubia con un collar de oro que se sentaba en una mesa cerca de ahí y la sonrisa se transformó en una mueca de seriedad.
-¡Lo conseguí!
Ana lo miraba.
-Es de una máquina. ¿Podés creer que tienen una máquina de café en un bar asi?
Bohemian Rhapsody comenzó a sonar. Las luces se sólo eran de colores y el ambiente se volvía mas oscuro.
-Estas muy callada.
Ana apretaba fuerte el vaso de café mientras trataba de distinguir entre la multitud a la mujer del collar brillante.
-¡Ana!
-¿Si? -respondió volteando a verlo.
-¿Que te pasa?
-Nada, ahora vuelvo, es que necesito ir al baño.
-Esta bien. Es al fondo, detrás de aquel cuadro verde.
Entró al baño. Se metió a uno de los cubículos y puso el seguro intentando controlar la respiración.
“Cuando pasó en el teatro salieron juntos. Cuando fue a la barra volvieron juntos”. Cuanto mas trataba de alejar aquellos pensamientos, mas fuerte se volvían.
Apretó su cabeza con las manos mientras se decía a si misma “tranquila” y dejó escapar toda la impotencia que sentía en una lágrima que recorría la tersa piel que le cubría la cara.
Finalmente sacó el seguro de la puerta y se dirigió al lavabo para lavarse el rostro, pero al levantar la mirada logró verla en el reflejo del espejo.
Era ella. Estaba a su lado retocandose el labial.
Ana trató de fingir calma y caminó para buscar papel para secarse cara. Mientras se dirigía a la puerta observó de reojo que la mujer, que se pintaba los labios, la miraba sonriendo.
Cerró la puerta y la música volvió a aturdirla en su camino hacia la mesa, donde Marcos tecleaba su teléfono riendo.
Se acercó y le arrebató el aparato mientras él la miraba sorprendido.
-¿Ana?
Ella buscaba entre los mensajes algún texto de aquella mujer.
-Ana devolveme el celular.
No hacía caso y seguía buscando entre sus redes sociales. Un mensaje de una chica decía “nos vemos en un rato”.
-¿Quién es? -preguntó tajante colocandole el celular en la cara.
-Ana calmat...
-Decime quién es. ¿Es la rubia que nos estuvo siguiendo toda la noche?
-¿Que rubia? Ana no te entiendo.
-Marcos trajiste a esa mujer a nuestra cita, sos una basura -terminó rompiendo el llanto y el celular al piso.
Él se acercó a abrazarla.
-Ana -se agachó para recoger el celular, abrió la fotografía del perfil y le enseñó la pantalla- es Marce, mi hermana. Pensaba presentartela esta semana, ¿te acordás que nos íbamos a reunir?
Ella levantó la cabeza y lo miraba a los ojos. En el pecho la opresión se hacía mas pesada y las voces en su cabeza eran mas intensas.
De pronto observó que la mujer rubia se sentó en la silla donde ella estaba.
-Ana, necesito que me hables...
Ana miraba a la mujer que, acababa de darle un sorbo a su café y cruzada de brazos miraba al frente.
Marcos le sujetó la cara para obligarla a mirarlo pero ella lo empujó con las dos manos en el pecho y salió hacia el fondo del bar.
Mientras corría las lágrimas inundaban sus ojos, pero no estaba llorando. Una fuerte taquicardia le recorría el pecho y un golpe hizo que mirara al camarero que acababa de empujar.
Atravesó la cocina y salió por una puerta que daba a un callejón cerrado que los empleados usaban para fumar. Se quedó parada allí. El pecho parecía salirse de su cuerpo, sentía una necesidad enorme de llorar pero el llanto no salía.
La puerta se abrió.
La rubia, con el collar de oro, apareció con el vaso de vidrio que Marcos tenía. Se acercó a ella despacio.
-Ana, -puso una mano sobre su cara- tranquila.
-¡Basta! -gritó Ana empujandola, el vaso cayó al piso y se oyó el cristal destrozarse contra el pavimento.
La rubia sonrió.
-¿Que es lo que buscas? ¿que haces aquí? ¡me arruinas la vida!
La mujer la miró de arriba abajo y volvió a sonreir.
-¿No te das cuenta Ana? Soy parte de vos. -se agachó para tomar un pedazo de cristal roto- La vida no fué justa...
Ana retrocedió.
-¡No te acerques!
-Marcos es lo primero que pensás al despertar, es la última imagen que podes ver antes de conciliar el sueño...
Ana estaba acorralada contra la pared, y la mujer seguía avanzando.
-Dejaste de vivir tu vida, comenzaste a crear la mía, me alimentaste todos estos años con inseguridad, con auto flagelo. No te respetaste y ahora estoy aquí para terminar con ese dolor que te acorrala en este momento.
-¿Quien sos? -murmuró Ana con la vista paralizada y el cuerpo entumecido.
-Soy la calma que buscas desde hace años.
Un fuerte dolor punzante apareció en su pecho. Arrastró la pared hasta quedar sentada en el piso helado mientras que un tibio líquido recorría su abdomen para adornar el pavimento de rojo.
La puerta se abrió nuevamente.
Marcos se acercó a ella desesperado. Extrajo de su mano derecha un pedazo del vaso roto lleno de sangre mientras la abrazaba llorando.
En la oscuridad de aquél callejón, brillaba en el cuello de Ana un collar de oro.
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