–«¿Alguna vez la niebla fue tan densa?» –pensó, mientras sostenía una taza de
café con su mano izquierda, en bata y pantuflas sobre la acera de una casa
que no lograba reconocer.
En la escena solo aparecía él, con su taza, una espalda encorvada y un fondo
blanco, como si viviera en el lienzo grisáceo de un artista confundido. Sus ojos
pesados delataban las 07:32 de una mañana de domingo, un frío domingo sin
vecinos, sin perros en las calles, solo la niebla y un hombre, con su taza de
café humeante.
Una voz repetía una y otra vez la misma frase en su cabeza:
–«No lo entiendo».
Llevaba ya poco más de una hora parado allí. Parecía una estatua con el
entrecejo fruncido con los labios contraídos, tratando de recordar esa casa,
esas cortinas verde musgo, con acabados rojos que tenían aspecto de ser muy
finas y antiguas. Las tejas en el techo eran negras, la puerta de roble tallado a
mano le parecía un detalle exquisito, aunque algo pretencioso.
–«¿Por qué el césped es tan verde?» –pensó– «El invierno es frío, y cruel con
la vegetación, el césped no debería verse así».
Titubeó un instante.
–¿Por qué me siento tan mal? –Dijo en voz baja y con el rostro helado.
Dentro de las pantuflas de piel sintética los dedos, ya inmóviles por el frío,
reclamaban algo de sangre para volver a la vida, agonizando y suplicando algo
de calor. Aunque recubiertos por las pantuflas de piel marrón, ellos eran
infelices y temían el desamparo, se sentían solos y muertos pero con la
obligación de mantenerse vivos, ¿para qué?
Dirigió su mirada al piso, con la cara todavía inexpresiva. El cemento gris
opaco estaba húmedo. Con un poco de esfuerzo sus ojos cansados lograron
hacer foco y el oscuro cemento reveló su secreto, un pequeño insecto que
parecía haber perdido el rumbo. Caminaba casi sin ganas, con una de sus 6
patas rotas, una coraza debilitada y moribundo, hacía un gran esfuerzo por
seguir adelante.
En su camino se topó con una enorme bestia de piel marrón, opaca y fría que
amenazaba al pobre insecto, imponiéndose ante su pequeñez, su diminuta y absurda existencia. Se quedó inmóvil, sin siquiera mover una
antena.
La bestia también permanecía quieta, en silencio, pero recordándole que si
hacía un mínimo movimiento podría aplastar al insecto con un rugido feroz, de
un soplo y con más frialdad de la que aparentaba.
Todo en la escena permanecía calmo, hasta la niebla pausó su danza con el
aroma de un café apagado. La bestia contra la pequeña criatura.
–«Cliché». –Pensó el hombre de bata.
De repente la tensión comenzó a incrementarse cuando uno de los dos decidió
dar el primer paso. Un pequeño paso se oyó en el mundo microscópico.
–¡Pero que osadía! –Gritó la gran bestia tomando impulso para levantar su
enorme cuerpo y aplastar al asqueroso e impertinente insecto. No pudo
hacerlo, tenía el corazón helado.
Se oían sirenas a lo lejos.
–Pobre de la bestia. –Susurró el hombre de la bata– Ahora tendrá que pagar
por sus actos.
El canto de las sirenas se acercaba cada vez más, el castigo era inminente y la
bestia lo sabía, era consciente de haber intentado aplastar al pequeño e
inocente insecto; aunque viva, la diminuta criatura se encontraba asustada y
amenazada.
Una patrulla detuvo su andar, arrastrando las ruedas, tratando de controlar la
inercia que la empujaba.
La bestia le suplicó al insecto que la perdonara, que sus intenciones fueron
malas debido a una vida difícil, que no había sido su culpa.
El insecto no aceptó sus disculpas y se hizo a un lado para que el oficial
pudiera proseguir con el arresto.
–¡Manos arriba! –Gritó el oficial, sujetando firmemente un arma 9 mm con
mango marrón.
Los desorientados ojos del hombre se dirigieron en cámara lenta hacia el
oficial, quien lo miraba fijo apuntando con su arma.
–¡Suelte el cuchillo y levante las manos! –volvió a gritar el uniformado.
El hombre sin comprender giró la cabeza despacio primero hacia la casa, y
luego hacia abajo. Una mancha de sangre helada cubría su mano y goteaba a través de un cuchillo de cocina. La taza de café fue reemplazada por un
teléfono cuyo último número marcado era 911.
En el piso un insecto yacía aplastado.
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