Un día me encontraba triste y decidí viajar a un parque de diversiones. No era difícil de llegar, ni era caro acceder, asi que
emprendí mi viaje hacia el lugar mas felíz del mundo.
Al llegar en la entrada me esperaba un hombre de bigotes:
‒Buen día señor, ¿me permite su seguro de corazón?
Que extraño, pensé. ¿Un seguro de corazón para entrar a un
parque de diversiones?
‒Disculpe, no tengo.
‒Entonces no puede ingresar, señor.
‒Pero, por favor, necesito entrar al parque. Estoy muy aburrido y nunca fui a un parque de diversiones, le prometo que la próxima vez le traigo mi seguro de corazón.
‒¡Ja! ‒se burló el hombre de bigotes‒ ¿Volver? Jaja.
‒Si, seguro cualquiera que haya estado en ese lugar desea volver, mire lo hermoso que se ve, y lo felices que se ven esas personas ahí dentro.
‒Hagamos un trato ‒dijo el hombre de bigotes acercandose‒ yo te dejo pasar, solo si me prometes saludarme con una sonrisa a la salida y retirarte sin queja alguna.
‒¡Claro! ‒contesté.
Con tanta emoción atravecé la enorme puerta de hierro que daba acceso al parque. Todo se veía tan bello.
Había niños correteando por los pastos con paletas en las manos, adultos tomados de las manos, otros abrazados, muchos puestos de comida y dulces. Fue como ver una escena de la película que siempre quise conocer.
Ante la inmesa cantidad de juegos que había para escoger elegí comenzar con uno tranquilo y me subí a las tacitas giratorias. Con tanta alegría e impaciencia esperaba sentado y por fin comenzó a moverse.
Era calmo, giraban despacio y cambiaban de direción a veces. Pero me aburrí, asi que decidí subir al martillo.
Ingresé a mi lugar en el juego y abroche los cinturones, tenía tantas ganas de que comience el juego. De a poco comenzó a
balancearse, parecía muy lento pero de repente estabamos dando una vuelta completa en el aire. Todos gritaban por la euforia y estaba tan exitado, tan feliz por que se venía la segunda vuelta, a la tercera ya no sentía la misma emoción, asi que decidí subirme a uno que satistafiera ese deseo.
Sentado en mi cochecito con bordes de goma, sostenía emocionado el volante para empezar la carrera y una bocina
anunciaba que ya podíamos pisar el acelerador. Observé en todas las direcciones buscando el mejor objetivo hasta que lo encontré, tomé impulso y al pisar el acelerador mi cuerpo salió volando hacia un lado chocando contra una columna.
Comencé a gritarle al conductor que me había chocado y el repetía todo el tiempo la misma frase: “debiste usar cinturón de seguridad”.
Llegó el guardia del parque y me dijo que estaba prohibido quejarse, y si lo hacía de nuevo me sacaría del parque. Con todo mi enojo esperé mi turno y en un momento estaba sentado al frente, en la montaña rusa.
Comenzamos a subir muy
despacio por una inclinación hacia el cielo, todos gritaban por que sabían que venía una caída gigantesca y llena de adrenalina.
Cuando llegamos a la cima descendimos tan fuerte que sentí que mi corazón saldría de mi cuerpo, la velocidad con la que bajamos daba la sensación de un inminente choque. Llegamos a la parte
horizontal y los asientos giraron rozando el piso dejandonos cabeza abajo por un momento y volvía a subir, una y otra vez. Tenía náuseas, miedo y ganas de salir de ahí, asi que decidí mejor hacer algo mas tranquilo y comencé la fila para la vuelta al mundo.
Sentado muy calmado pero aún con náuseas, miraba como el asiento se elevaba de a poco, mostrándo una imagen periferica del mundo. Se veía cada vez mas inmenso, tan sublime y hermoso, pero de pronto la imagen que estaba disfrutando tantose vio interrumpida por la silla que tenía frente a mi. Una vez que dimos medía vuelta nuevamente todo desaparecía y había que esperar a
los demás nuevamente, pero no me gustaba esperar, asi que me sumé a un juego con los pies en la tierra.
Cinco pelotas, cinco tiros y si lograba tirar una botella de una mesa me llevaba un premio, “pan comido” pensé.
Primer tiro y la bola rozó por un pelo la botella.
‒¡Uhh! se me escapó. Segundo tiro y no pasó ni cerca. Tercer tiro y la pelota golpeó una botella, mi corazón latió fuerte y ya la veía en el piso. La botella nunca se movió y loco por la ira grité y grité.
El dueño del juego me dijo que no me entendía, explique nuevamente, exaltado, muy enojado por aquella injusticia, pero el hombre miraba sin entender lo que decía y llamó al guardia.
‒¡Vamos! ‒dijo el guardia tomándome del brazo.
Me dejó en la puerta, que de inmediato se abrió para que saliera.
Al cruzar la puerta me choqué con el recepcionista de bigote, quien me miraba con los brazos cruzados.
‒¿Y? ‒preguntó.
‒¿Y qué? ‒respondí enojado ‒¿que quiere de mi, ahora usted me va a fastidiar?
‒No, pero me prometiste que al salir lo harías sin quejarte y con una sonrisa. ¿Y mi sonrisa?
‒Pero es que vine aqui para ser feliz y salgo peor de como llegué.
‒Bien, ahora te pregunto: ¿llegaste aquí buscando la felicidad o
escapando del aburrimiento?
La vida puede ser una injusta pista de aprendizaje, o un parque de diversiones.
Todo depende de lo que busques en ella.
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